viernes, 3 de agosto de 2012

Ropa de invierno

A veces pienso que las prácticas fetichistas, y algunos juegos por el estilo, que tanto les gustaba practicar a Belén, a mí y a otros amigos por la noche, en el departamento de la avenida Santa Fe, están directamente relacionados con nuestra dificultad para desnudarnos en invierno. Todos le teníamos miedo al frío. Quizás por eso, aunque esta vez sin las chicas y los muchachos de los sábados a la noche, no me haya molestado el envoltorio de cuero que Belu me había ajustado. Unas horas después de que en su habitación ella me hiciera besar sus adorados zapatos stiletto color champagne (ver blackrabbitdejerry.blogspot.com/2012/06/color-champagne.html ), bajábamos de un taxi en la calle Marcelo T. de Alvear, pasando avenida Callao hacia el centro.
Belu tomaba mi mano enguantada de negro hasta bien pasado el codo. Era una noche fría, despejada y ventosa. Caminábamos por la vereda tomados de la mano. Yo movía con gracia en el aire el otro brazo enguantado. Trataba de nivelar el paso. Los tacos de las botas bucaneras que me cubrían por completo la rodilla y la ajustada pollera tubo de cuero negro me hacían caminar con el equilibrio de una top model. Belén rodeó con su brazo mi cintura afinada por un ajustado corset, unos metros antes de llegar a Red Crown, una disco freak a la que ya habíamos ido algunas veces –aunque nunca con la ropa que llevaba en esa oportunidad-. 
En la puerta, unas chicas esperaban que alguien las tomara del bracete para entrar. No pude evitar mirar el rostro de una de ellas. Tenía el cabello largo castaño claro desgreñado por el viento y una sonrisa luminosa. Me observaba curiosa. Le llamaba la atención mi capucha de vinillo de catwoman con orejitas puntiagudas, con los agujeros de los ojos hacia arriba que me cubría todo el cuello –ni la nuez se me advertía- hasta que el material brilloso se perdía entre la solapa levantada de la ceñida camperita torerita de cuero y sin mangas.

Bajé la vista por el cuerpo de la chica hasta los jeans ajustados de tiro bajo, allí donde la hebilla ancha de su cinturón casi llegaba hasta la zona alisada de la vagina. Tenía las piernas levemente abiertas. La chica abrió la boca para decir algo. Yo sentí la palma de la mano de Belén la redondez de la mi cola sobre el cuero de la pollera de tubo. Giré el rostro hacia ella. La sonrisa de Belu era aun más potente.
-No te avergüences, Jorge –me dijo-. Te ves genial. Mejor que tantas mujeres feas que usan esta misma ropa. 
            Apenas llegué a pestañear y a mover mis labios sin emitir sonido, cuando sentí la palmada de Belén bajo el elástico del slip tipo culote que marcaba mi nalga por la mitad bajo la pollera ajustada. Entramos a la disco. Fuimos directo a la pista de baile. Bajo las luces intermitentes, un mar de cuerpos se movía hipnótico con la música electrónica. Con mi atuendo no tenía que preocuparme por el apretujamiento. No podía moverme. Y así perdí a Belén. Ella se alejó un poco. Hasta que no la vi más. Incómodo comencé a salir de la pista de baile.
En un ralo de gente, un hombre tomó mi brazo enguantado y me giró hacia sí. Me puse nervioso. En todos lados, había chicas punky chic, transexuales, gays, lesbianas. Freaks de toda laya. Sin embargo, tenía frente a mi uno de esos infaltables heterosexuales clásicos. Me sonrió sabiéndose ganador. Me acercó hasta que mi cuerpo de cuero brillante casi tocaba el suyo. Sería unos diez años más grande que yo, digamos, unos cuarenta años de edad.
Inhibido, bajé mi cabeza gatuna. Él me puso una mano en la nuca de vinillo y suavemente me enderezó hacia él. Le miré la cara. Tenía una barba candado y el cabello lacio medio canoso. Debía ser un hombre atractivo para las mujeres. Era el momento de decirle la verdad acerca de mi sexualidad. Pero él debió haber quedado encandilado con ojos delineados. Sus labios ya rozaban los míos.
Cuando abrí los ojos. Parte de mi recargado rouge había enrojecido el borde superior de su boca. Me tomó fuerte de la mano y me arrastró fuera de la pista. Me arrinconó contra una pared en un sector sombrío, como hacen los hombres heterosexuales cuando una chica les gusta. El problema radicaba en que yo no era una chica. A nuestro costado había sillones ocupados por parejas. Él quedó con la vista baja mirando el resplandor tenue de mis botas. Tal como había hecho yo tantas veces con las botas en las piernas de las mujeres. Comenzó a bajarme el cierre relámpago de la camperita de cuero. Traté de apartarlo. Pero me resultaba tan incomodo mover los brazos con los guantes largos de látex que mis acciones pasaban por verdaderas caricias en su cuello. Él siguió adelante.  
-¿Cómo te llamas? –preguntó-.
Nueva oportunidad para hablar de mi verdadera sexualidad. Sin embargo, ya dudaba. ¿Cuál era mi verdadera sexualidad? Aún más, ¿qué podía hacerme él, hombre al fin y al cabo, si se enteraba que yo no era lo que él esperaba? Decidí entregarme. Al menos por ahora. Luego se me ocurriría que hacer. Me parecía la opción más razonable.
Aun le debía una respuesta. Pensé en contestarle “Cocky” porque yo me llamo Jorge y Cocky es el sobrenombre cariñoso de Jorgelina. Pero sonaba a perra. Pensé en “Peggy”. Pero donaba a chancha. 
-Me llamo Katy –dije por fin-

Él acabó de desabrocharme el cierre relámpago. Bajé mi cabeza con timidez. Mi corazón palpitó con fuerza. Dejé caer la camperita en el piso. Levantadas por corset, aparecieron mis redondas tetas. Envueltas y ajustadas por el oscuro brillante de la remera de látex. Ni yo lo podía creer. Casi había olvidado que las tenía. Los pezones estaban erguidos como cerezas silvestres. Se advertían con deliciosa obscenidad. Él acarició mi desbordado pecho de látex. Yo no sentía nada. Justo antes de que presionara, susurré una verdad:
-Estoy nerviosa.

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