No hay que pensar
que la relación entre Belén y yo era una práctica de lunes a lunes, las 24
horas del día. La dominación femenina y su correspondiente fetichismo nos ponían
en eje. Pero éramos novios por sobre todas las cosas. Nos amábamos. Cedíamos
cuando el amor lo requería. Nunca olvidaré todo lo que hizo, incluso
financieramente, cuando un familiar mío directo –que no mencionaré- enfermó y
fue internado en terapia intensiva. Lo cuido. Se las arregló con mi familia. Y
soportó estoicamente lo que una chica de 26 años soporta cuando es odiada por
el entorno de su prometido. Asimismo, yo también acompañe en todo momento a
Belén. Incluso en una seria depresión que la afectó cuando se le declaró un
quiste –afortunadamente no fue grave- en el útero. Fui su espalda al momento de
realizarse los exámenes. Tuve que olvidar que yo era su sumiso sexual para
tomar las riendas de su propia casa cuando ella parecía desmoronarse frente al
abismo.
Durante nuestro
noviazgo, varías veces soñamos en casarnos y hasta en tener hijos. Sin embargo,
nunca vivimos juntos. Nos veíamos los fines de semana siempre y, muchas veces,
en la semana. Yo podía pasar por el departamento de ella o ella por mi
departamento. A veces pasábamos días enteros juntos. Hablamos por teléfono.
Largas horas. Nos mandábamos mensajistos de celular. Si no nos llamábamos por
un tiempo prolongado, yo me incomodaba. Me sentía mal. Pero esta vez, no me
importó.
No volví a saber de
Belén después de la noche de Red Crown (ver http://blackrabbitdejerry.blogspot.com.ar/2012/08/rendida.html ). No era
la primea vez que nos separábamos, hay que reconocer. Y lo que sucediera en el
futuro me tenía sin cuidado. No quería volverla a ver. A la salida de la
oficina me dedicaba a ir al los bares de after
office a conocer mujeres. Iba casi todos los días de la semana. Las
primeras tardes fui solo. Con el paso de las semanas comencé a arreglar las
salidas con mis compañeros de oficina. Atónitos de que yo no me interesara por
mi posesiva novia, aceptaban mis propuestas de salida de levante. Los
compañeros de oficina trajeron a otros amigos perfectamente desconocidos para
mi pero con los que hicimos buenas migas entras copas, barras de bar y
atardeceres urbanos. Estaba feliz en mi nueva vida de heterosexual clásico. Los
encuentros en los bares del centro eran divertidos. Me acercaba a las mujeres,
cruzaba palabras y miradas estimulantes. Alguna caricia descuidada aparecía por
ahí.
Sin embargo, parecía
no haber nada para mi más allá de los halagos entre hombres. Por cierto, se acercaba
la primavera y yo anhelaba conocer una
mujer. Una tarde de lluvia, hastiados de las paredes y las computadoras de la
oficina, Liliana, una chica de la oficina, hizo un comentario acerca de nuestros
paseos por los after office del
centro. Un compañero le respondió. Hablaron un poco entre los escritorios. Ella
dijo que tenía una amiga. Él tardó un
instante. Yo miré fijo a Liliana.
-Pero vos...-comenzó
a decir ella-.
-Yo estoy solo –la
interrumpí-.
Liliana sonrió. Yo
también. Tomó el celular y llamó a su amiga. Esa tarde la amiga la pasaría a
buscar a la salida del trabajo. Nos veríamos. De todas formas, no me importaba.
Nunca surge nada interesante de esas presentaciones. Era un escéptico jugando a
la ruleta. Disfrutaría de estar allí. Y de mostrarme altivo junto a Liliana,
una morocha pequeña de cabello ondeado y atado sobre la nuca. Una chica de risa
saltarina. Una buena amiga, pensaba.
Al final de la
jornada, salí con mi compañera. Llovía torrencialmente. Su amiga estaba en la
vereda. Con un paraguas abierto en la mano. Vestía una capita de lluvia beige
con capucha. Por debajo de esta prenda aparecían el reborde de un vestido y unos
muslos delgados pero bien formados en medias opacas y unas sandalias de taco
alto en los pies.
-Mónica –dijo la
amiga a modo de presentación-.Mónica Somariba.
-Moni –aclaró
Liliana y la otra asintió con una sonrisa-.
-No creí que
llovería.
-Para eso está tu
amiga.
Quedé mudo. Otros
salieron de la oficina y también fueron presentados. Hablaron con ella. Quedé
afuera. Me sentí un tonto. Pero decidí persistir. Mientras el resto se despedía
en distintas direcciones, dije:
-Yo también voy para
allá –señalé hacía donde se disponían a caminar mi compañera de oficina y su
amiga-. Las acompaño una cuadra.
-¿Vos te
llamabas...? –dijo Moni-.
-Jorge. Jorge Rivas.
Bajo la sombra de la
capucha, la sonrisa de Moni delataba expresión delicada y candente. Un mechón de cabello rubio y enrulado le atravesaba la cara. Me alcanzó
el paraguas para que lo sostuviera y las cubriera. Caminábamos casi con
monosílabos. En un momento yo hice un comentario acerca del clima. Absurdo. Sin
demasiado sentido. Apenas si lo musité con timidez. Sin embargo, ambas se
mostraron muy interesadas en lo que atisbaba a decir. Llegamos a la esquina.
-Yo doblo acá
–afirmé y devolví el paraguas-.
Se hizo un silencio.
Los ojos de Liliana chispearon. Saqué el
celular.
-Me gustaría...
–comencé y me quedé-
La risita de Moni.
De mi cuerpo sonó una voz que, sin dudas, no fue mía. No tengo idea quién habló
por mi garganta. Pero sin dudas, era una voz entrenada en las tardes de after office.
-¿Qué es lo que se
le dice a una mujer a la que querés volver a ver?
Solo la lluvia sonaba.
Una percepción extrasensorial. Esa mujer estaría desnuda frente a mí dentro de
poco. Una sensación que venía con la brisa húmeda.
-Véanse mañana –rompió
Liliana-.
-A la salida del
trabajo –afirmé-.
La rubia asintió.
Intercambiamos números de celulares.
Adentro de mi
pantalón, mi pene estaba erecto.
CONTINUARÁ