sábado, 10 de marzo de 2012

La mejilla colorada

Ella me vio. Yo estaba sentado sobre la banqueta alta, con las piernas abiertas, con mis brazos atrás, agarrado por la parte de atrás de la banqueta, con mi slip de látex negro ajustado, en un rincón del pub cerca de la barra. Mis amigos gays abrieron el circulo. Ella rió un poco. Se acercó. Era una noche de verano. Hacía tiempo que no estábamos tan cerca.
            Pero yo también la había visto. Sus botas altas de cuero negro, taco alto y algo de plataforma. Se acercaba lento. Entre la gente. Fui subiendo con la vista. Sus muslos fuertes. Su mini negra. Su cadera. Su cintura. Nunca fue muy alta. Cabello negro. Lacio. Largo. Siempre bien plantada. Alguna rubia se le acercó. Le tomó la mano. Le dijo algo al oído. Ella siguió. A la segunda chica que hizo lo mismo, hay que reconocer, la miró con atención. Un cierto deseo se dejó entrever en su mirada. Pero siguió de largo hacia la banqueta en donde yo estaba.
            Quieto. Semidesnudo como estaba, abierto a ella, debo reconocer. Mis amigos gays habían quedado mudos. Aunque algo murmuraron cuando advirtieron de quién se trataba y, aun más, lo que ella significaba para mi. Len seguía a mi lado. Aunque, como el resto, se abrió un poco a medida que las botas de taco se acercaban. Casi sentí una levísima caricia de aliento de él en mi antebrazo arremangado de mi camisa de seda.
            Ella se detuvo a una distancia considerable y me miró con desdén. Llevaba un corset negro de satín sin breteles que afinaba su cintura y destacaba sus pechos redondeados y pequeños. Nuestros ojos se reconocieron. Se acercó en un paso tímido. Me miró con una curiosidad. Hasta se inclinó un poco, con su dedo índice en la barbilla y sus piernas juntas. Estaba sola. Era evidente. No había venido espontáneamente.
            Me recorrió con la mirada. Sus ojos en la franja vertical de mi pecho y mi estomago que dejaba la camisa abierta. Mi cavado y pequeño slip. Mis piernas abiertas. Los pliegues del látex estirado por mi pene erecto. Lenta, separó el dedo índice de su barbilla. Len se apartó un poco más. Ella caminó a mi alrededor. Mientras el resto de la gente del pub se movía y charlaba bajo la cadencia acompasada de la música electrónica.
Quedé con la cabeza tiesa. Ella me observaba. La media nalga que quedaba afuera de mi slip. La rugosidad del látex sobre la cuerina mullida de la banqueta alta. Mi antebrazo tenso hacia atrás. Mis manos agarradas de la parte de atrás de la banqueta. Mi corazón. Latía.
Ella volvió frente a mi. Ahora con su cintura de mini negra casi entre mis piernas. Con una rodilla levemente flexionada, en una actitud más relajada. Movió un poco sus codos. El calor de la yema de sus dedos. MI torso se inclinó un poquito más hacia atrás.
Llevaba el flequillo tirado hacia atrás por hebillitas a los costados de la cabeza. Su cabello oscuro largo y lacio caía por completo hacia atrás. Entrecerró los ojos sobre mi vista. Frunció la boca. Sus manos fueron hacia el elástico de la cintura de mi slip. Echó hacia afuera el nudo que me ajustaban la prenda. Los cordones blancos quedaron a la vista. Los chicos se asomaron con cuidado. Los desataría. Seguramente. El cosquilleo en la piel. En la zona de la ingle. La transpiración leve en la cola. El burbujeo denso en el estómago. Una sensación de liberación crecía entre mis piernas.
-Ya ves. Te fui fiel –me atreví-.
Ella lo miró a Len en señal de respuesta.
Fue un solo movimiento. Demasiado rápido.
Me dio vuelta la cara de un sopapo estruendoso.
Mi barbilla quedó contra mi hombro. Todo mi cuerpo se inclinó.
De reojo, vi el talón y la pantorrilla de sus botas altas. Su cola movía la minifalda negra hacia un lado y otro. Desapareció entre la gente hacia la puerta de salida. A medida que me incorporaba sentía el dolor en la cara.  
-Tenés la mejilla roja –dijo Len-. Vamos al baño y te pasas agua fresca.
Lo miré mientras acomodaba mi mandíbula con la mano.
-¿Como supo Belén lo de la abogada?
-No lo supo. No sé. Lo percibió. Sabés como es ella con vos, Jorge. Yo no le dije nada.
Mi amigo Len decía la verdad.
-Yo solamente le dije que viniera –prosiguió-. Creí que a vos te haría bien. Tan mal que estabas. Solo, en tu casa.
Tenía razón. Len sonrió un poco. Yo, con mi mejilla colorada, también.

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