miércoles, 11 de enero de 2012

Cartas a la reina plateada. Atardecer de verano


 
Alina María, reina:
            Adoro el verano. No veo la hora de llegar, cuando cae la tarde, al local en el elegante Shopping de la calle Luis María Campos. Todavía tengo en mi ser las últimas visitas.
Yo, aun con el traje de la oficina, sentado en el sillón entre las sombras del local cerrado. Estaba fresco allí. Sobre los pisos de madera, rodeado de los manequíes femeninos rojos con ropa interior. Vos llegabas caminando lento, con tus sandalias y tu short blanco que tanto te gusta, Te parabas frente a mi. Será porque ni bien te veo, reina, me arrodillo ante vos. Y voy directo a besarte en los labios. Esos labios, siempre los mismos, envueltos de blanco.
Vos, disfrutas con tu mirada sombría de seño fruncido. Te mordías el labio inferior. Tu cabello castaño largo y ondeado brillaba. 
Quién sabe qué sucederá esta vez. Pero es tentador volver a repetir la experiencia de esos días veraniegos que pasamos frente al mar. Bajo el sol en la playa, caminando por la ciudad, besándonos en las bocas. Dos enamorados.
Pero al caer la tarde, en la casa iluminada por los últimos rayos que entran por las hendijas de las persianas bajas. Vos de espaldas a mi, apenas inclinada contra el borde de la mesa del comedor. La primera vez que me encontré en esa situación, recuerdo, me desnudé y me quedé de pie. Mi pene estaba erguido. Creía que te penetraría allí mismo. Aun no conocía el insondable placer de ser totalmente sumiso y fiel a tu deseo.
Vos, mujer de mis amores, con tu ombligo, tu estomago, tu cintura bronceados, tus mejillas rozagantes de verano, colocaste, aquella primera vez, tu mano en mi rostro y mi hiciste arrodillar, no sin cierto desprecio en la mirada. Yo me sorprendí un poco. Pero obedecí.
Ahora se lo positivo que es tenerte totalmente complacida. Nuevamente de espaldas a mi, te levantaste la minifalda elastizada. Apareció tu regia cola y tu bikini plateada.
Con mi piel tensa y relajada por el juego del mar y el sol durante el día, me eché bajo tu entrepierna plateada y mullida. Presioné con mi lengua y mis labios sobre el surco. Vos suspirabas y me instabas a seguir con duras palabras. Quizás insultos. Yo solo tenía devoción.
Vos te corrías con los dedos la tira plateada de la bikini en tu zona más sombría. Yo ciego, con los ojos y la nariz entre tus nalgas, acudía a tu sexo. Con mi lengua sobre lo blando, lo estirado, lo húmedo. Lo salado como el mar del día. Me tenías complaciéndote hasta que las rodillas contra el piso se cansaban.
Es inútil que te diga que es hermoso, diosa de mi vida.
Mi pene erecto para vos es mi tributo.
Porque todo mi cuerpo y mi ser desea estar a tus pies, bajo tus tacos.
Como tu más sumiso caballero...

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