martes, 26 de julio de 2011

Humo en tus ojos

SE RECOMIENDA LEER "EL TABACO PUEDE MAREAR"
http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/06/el-tabaco-puede-marear.html

Cuando un hombre está predispuesto, puede llegar sentir cosas muy raras y muy fascinantes. Lo digo yo, que ya estoy tranquilo sentado mientras escribo, pero que aun tengo puesta la tanga de tiro alto, cavada, de látex negro, metida entre las nalgas. Sólo llevo eso, las zapatillas comunes y una remera amplia (de mujer, obvio) que me prestó Belu. Atado a la espalda y con la vista de mi novia y dueña total, Belu, vestida con sus botas altas de taco, un hombre como yo puede hacer y sentir cualquier cosa. Hasta sentirse de lo más femenino. O femenina, sería mejor decir. Sobre todo, si otro hombre quiere fumar.
Continuemos la historia de esta noche de sábado, con música de jazz, en la reunión en el departamento.
            Algunos chicos y chicas se acercaron. Me abrieron la boca y me metieron la caja de cigarrillos completa con la abertura hacia afuera. A Yani le metieron el mango del cenicero entre los dientes. Belu vino hasta mi, me abrió el elástico de la tanga de látex negro y me enganchó un encendedor al pene. Yani sería la cenicera y yo la cigarrera.
            Belu, mi amor al que le soy incondicional, me explicó. Yani ya sabía. Cuando me hicieran una seña, yo debía ir hacia él o ella, pararme de frente, sacando pecho y cola, mirarlo a los ojos y, siempre mirándolo o mirándola a los ojos, debía agacharme hasta ponerme de rodillas y estirar el cuello para que la fumador o fumadora pudiera sacar un cigarrillo con facilidad. Nuevamente de pie podrían tomar el encender de adentro de la tanga para utilizarlo con el cigarrillo. Eso me mantendría alzado siempre, decía Belu.  
Cuando la llamaran a Yani, ella debía hacer los mismo y el fumador o la fumadora le apagaría el pucho en el cenicero que llevaba en la boca. Luego Yani y yo volveríamos a nuestra posición habitual al costado de la reunión y en silencio.
Y así lo hicimos. El grupo la pasaba bien. Apacible. Sonaba música de jazz y la conversación fluía. Yani y yo, bien atados a la espalda, nos arrodillábamos ante quien lo pidiera. Una de las chicas rió con ganas y me llamó. Era morocha, de ojos negros inmensos y excedida unos kilos. Tenía las mejillas coloradas. Tomó su cigarrillo de mi caja en la boca, me hizo dar vuelta y dijo fuerte:
-¡Buena cola! –y me palmeó con fuerza las nalgas-.
Luego se hizo la graciosa e intentó meterme el encendedor entre las nalgas. Nuestras tangas cavadas de tiro alto de látex divertían a todos. No se puede negar. Yani la pasaba tan bien como yo. Sin embargo, bajo su peinado carré, cada tanto me observaba. Era delgada, con muy poco pecho bajo el corpiño brilloso y negro, pero muy bonita. Además de la mirada de Belu, Yani era un aliento para mi. Entre ambas, mantenían mi pene siempre alzado.
Hasta que uno de los chicos que es gay me hizo agachar frente a él, al parecer para fumar. Tenía cabello de bucles. Me dijo:
-¿A vos te gustaría fumar?
Asentí moviendo la cabeza. Suave, me quitó la caja de la boca. Era un muchacho delicado. Atractivo. Con el cabello húmedo sobre la frente. Se puso de pie. Se desabrochó el jean y se bajó el slip. Salió su miembro. Estaba mucho más erguido y libre que el mío. Atado a la espalda como estaba, al principio tomé solo la punta entre mis labios, imitando lo que haría con un cigarro. Pero él empujó mi cabeza.
Fue triste y lento. Me lo hizo fumar hasta la garganta. Entraba y salía acompasadamente totalmente dueño de mi, mientras me tomaba fuerte por los pelos de la cabeza. Se hizo un silencio majestuoso. Todos alrededor nuestro. Yani no lo podía creer. Yo trataba de mirarlo a los ojos. Pero lagrimeaba de forma espesa como el humo que reinaba en la sala.
Es raro como acabo. Tenía su pene tan adentro, que el semen explotó casi en mi garganta. Lo tragué automáticamente, con la vista baja, como una cosa normal. No derramé ni una gota.

Cuando nuestra relación acabó y su pene soltó mis labios, todos estaban de pie. Yo, de rodillas, observaba a mi alrededor. Me arrastré. Llegue hasta las botas altas de taco de Belu, mi ama. Allí me largué llorar sobre el cuero. Belu se agachó y trató de ser tierna. Me acariciaba la cabeza y la espalda. Me decía:
-No es nada. Ya pasó. Calmate.
Y yo sentía me sentía desconsolado. Atado, con la cola para arriba y la tanga en el medio. A Yani le quitaron el cenicero de la boca. Habló y, en un cuchicheo, se ofreció a mi. Por un instante pensé en la promesa, que yo no había oído bien. Había pasado el tiempo. Pero le habían prometido algo para que ella aceptara ser cenicera. Por un instante recordé que me había observado todo el tiempo. Lograron tranquilizarme. Pero eso lo cuento después.
En ese momento solo pensaba que fumar puede ser muy placentero pero, como reza la caja que llevaba en la boca, puede hacer mal. Y si te toca no fumar, aun peor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario