sábado, 30 de julio de 2011

Volvió una noche

           El palo de madera corto chasqueó contra esas nalgas de mujer, seguramente tan blancas y tiernas como la carne de ave recién hervida. Ese chasqueo removió mi interior en una espesa tristeza. Aunque, en  realidad, solo pude vivificar la desnudez de esa culo femenino cuando, unos días después, Sandra me contó una historia.
Con el final de mi jornada laboral, salí de la librería a la noche fresca pero húmeda de la peatonal Florida. Al paso, me crucé con una mujer rubia de unos 28 años. Sandra. Nos sorprendimos de vernos después de unos cuantos meses. Ella salía de un negocio de ropa cercano, en donde trabaja ahora. Caminamos juntos unas cuadras por Florida hasta la boca del subte.
-¡Marcos! ¿Cómo estas? –abrió ella-.
-Bien... –comencé pero me detuve en un silencio-. Se pudrió –largué en una mueca-. En la librería no aceptan mi pase al área de prensa y marketing. Me quieren dejar en este local de mierda –señalé, con la mano hacia atrás, el sitio que iba quedando atrás a cada paso-.
-Pero vos me habías dicho hace un tiempo, que el pase era un hecho.
-Eso fue a principio de año. Esto es una librería de cadena. Burocracia. Ahora estamos en agosto y nada. El otro día me confirmaron que no hay pase.
La noche se desplegaba sucia entre turistas y manteros que levantaban sus bártulos. Cruzamos avenida Corrientes en silencio. Casi pude abstraerme del resto de la multitud y escuchar los pasos de sus botas tejanas. 
-Nada de lo que suceda adentro tiene sentido –proseguí-. Tengo un mes para buscar otro trabajo –apunté mi vista al rostro-. No creo que aguante más tiempo.
Nuevo silencio.
-Pero ¿y el seminario que estás dando sobre periodismo? ¿Y los artículos que te iban a publicar? Me habías hablado de otras cosas, alguna vez.
Sandra me observó con sus inmensos ojos celeste lavado, al estilo Madonna. Un hoyuelo se formó al costado de sus labios gruesos.
-Va bien. Va bien –retomé-. Sí, por suerte, también tengo esas cosas.
-Eso es lo tuyo, más que vender libros –me alentó con sus largos dedos sobre el saco en mi brazo-. Concentrate en eso. 
Volvió la vista al frente. Le di la razón. 
-Sos talentoso –susrró-.
-¿Vos cómo lo sabés?
No respondió.
-¿Cómo estás vos? –preguinté-.
-Muy bien. Me faltan pocas materias. Me recibo este año.
Los dos sonreímos. Llegamos a la boca del subte. Comenzamos a bajar las escaleras. Ella un poco más adelante que yo. Su cabello rubio, lacio, largo, se veía opaco, se sacudía un poco por la espalda. Ya abajo, en la estación, cerca de los molinetes, nos paramos frente a frente. Vestía un jean de tela gruesa que, sin apretarla, de la rodilla hacia arriba destacaba la forma de sus muslos fuertes y los pliegues angulares entre las piernas. En la cintura se perdía bajo el pulóver. Abajo, las botas tejanas debajo del jean. Ya abajo, en la estación, dijo:
-Estoy muy feliz.
Sabía que este momento llegaría. Sus ojos celestes lavado giraron lento. Levantó un poco el cara. Volvió la vista hacia mi en una expresión iluminada.
-Estoy muy enamorada –declaró en voz baja-. 
Saqué mi billetera del interior del saco y comencé a buscar la tarjeta para pasar por el molinete del subte. Ella hizo lo propio en su bolso. Ninguno de los dos dijo nada por un largo instante. Ella encontró primero el pase del subte y se lanzó sobre el molinete. Antes de pasar, giró la cabeza hacia mi.
Yo seguía desarmando el interior de mi billetera entre cartones de presentación, algunos billetes, alguna moneda. Sandra me tendió la mano con otra tarjeta.
Encontré la mía. La arranqué de la billetera y me lancé tras ella. Su cintura pasó por el molinete. Se escuchó el ruido mecánico. Justo antes de que pasara yo, bajé la vista. Una vez que Sandra ingresó, automáticamente, tras ella, volvía a colocarse una barrera corta para un siguiente pasajero.
Fue breve. El palo de madera corto, que hace de barrera, chasqueo las nalgas de mujer, angostas y levantadas, que el jean dividía en dos gajos. Fue una escena preciosa.  
En el anden, el subte llego rápido. Subimos. Estaba bastante lleno pero conseguimos sentarnos, bastante apretados, junto en la esquina del vagón. Como pude, me quité el saco. En mi sentía algo podrido. El subte arrancó. Sandra insistió en preguntar. Yo volvía referir el fracaso en cambio de trabajo, etcétera. Pero no era eso.  
La punta de su bota tejana rasguñó mi media, bajo el pantalón de vestir. Sus labios gruesos sonreían. Su vista estaba baja. Sus parpados estaban coloreados en tono azul apenas degradado. Dejé mi saco sobre mis muslos, casi sobre mi entrepierna. Acaricié su mejilla tibia. Ella se dejó, con una mirada suave. La yema de sus dedos recorrieron mi hombro. La recorrí con mi mano. Acercamos los rostros. Me perdí en sus ojos celestes lavado al estilo Madonna. Nos besamos en los labios. Lentamente. Detuve mis dedos sobre el muslo envuelto en jean grueso. Comencé a subir por la cara interna a la zona de los pliegues. Detrás se escondía su herida más tierna.  

martes, 26 de julio de 2011

Humo en tus ojos

SE RECOMIENDA LEER "EL TABACO PUEDE MAREAR"
http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/06/el-tabaco-puede-marear.html

Cuando un hombre está predispuesto, puede llegar sentir cosas muy raras y muy fascinantes. Lo digo yo, que ya estoy tranquilo sentado mientras escribo, pero que aun tengo puesta la tanga de tiro alto, cavada, de látex negro, metida entre las nalgas. Sólo llevo eso, las zapatillas comunes y una remera amplia (de mujer, obvio) que me prestó Belu. Atado a la espalda y con la vista de mi novia y dueña total, Belu, vestida con sus botas altas de taco, un hombre como yo puede hacer y sentir cualquier cosa. Hasta sentirse de lo más femenino. O femenina, sería mejor decir. Sobre todo, si otro hombre quiere fumar.
Continuemos la historia de esta noche de sábado, con música de jazz, en la reunión en el departamento.
            Algunos chicos y chicas se acercaron. Me abrieron la boca y me metieron la caja de cigarrillos completa con la abertura hacia afuera. A Yani le metieron el mango del cenicero entre los dientes. Belu vino hasta mi, me abrió el elástico de la tanga de látex negro y me enganchó un encendedor al pene. Yani sería la cenicera y yo la cigarrera.
            Belu, mi amor al que le soy incondicional, me explicó. Yani ya sabía. Cuando me hicieran una seña, yo debía ir hacia él o ella, pararme de frente, sacando pecho y cola, mirarlo a los ojos y, siempre mirándolo o mirándola a los ojos, debía agacharme hasta ponerme de rodillas y estirar el cuello para que la fumador o fumadora pudiera sacar un cigarrillo con facilidad. Nuevamente de pie podrían tomar el encender de adentro de la tanga para utilizarlo con el cigarrillo. Eso me mantendría alzado siempre, decía Belu.  
Cuando la llamaran a Yani, ella debía hacer los mismo y el fumador o la fumadora le apagaría el pucho en el cenicero que llevaba en la boca. Luego Yani y yo volveríamos a nuestra posición habitual al costado de la reunión y en silencio.
Y así lo hicimos. El grupo la pasaba bien. Apacible. Sonaba música de jazz y la conversación fluía. Yani y yo, bien atados a la espalda, nos arrodillábamos ante quien lo pidiera. Una de las chicas rió con ganas y me llamó. Era morocha, de ojos negros inmensos y excedida unos kilos. Tenía las mejillas coloradas. Tomó su cigarrillo de mi caja en la boca, me hizo dar vuelta y dijo fuerte:
-¡Buena cola! –y me palmeó con fuerza las nalgas-.
Luego se hizo la graciosa e intentó meterme el encendedor entre las nalgas. Nuestras tangas cavadas de tiro alto de látex divertían a todos. No se puede negar. Yani la pasaba tan bien como yo. Sin embargo, bajo su peinado carré, cada tanto me observaba. Era delgada, con muy poco pecho bajo el corpiño brilloso y negro, pero muy bonita. Además de la mirada de Belu, Yani era un aliento para mi. Entre ambas, mantenían mi pene siempre alzado.
Hasta que uno de los chicos que es gay me hizo agachar frente a él, al parecer para fumar. Tenía cabello de bucles. Me dijo:
-¿A vos te gustaría fumar?
Asentí moviendo la cabeza. Suave, me quitó la caja de la boca. Era un muchacho delicado. Atractivo. Con el cabello húmedo sobre la frente. Se puso de pie. Se desabrochó el jean y se bajó el slip. Salió su miembro. Estaba mucho más erguido y libre que el mío. Atado a la espalda como estaba, al principio tomé solo la punta entre mis labios, imitando lo que haría con un cigarro. Pero él empujó mi cabeza.
Fue triste y lento. Me lo hizo fumar hasta la garganta. Entraba y salía acompasadamente totalmente dueño de mi, mientras me tomaba fuerte por los pelos de la cabeza. Se hizo un silencio majestuoso. Todos alrededor nuestro. Yani no lo podía creer. Yo trataba de mirarlo a los ojos. Pero lagrimeaba de forma espesa como el humo que reinaba en la sala.
Es raro como acabo. Tenía su pene tan adentro, que el semen explotó casi en mi garganta. Lo tragué automáticamente, con la vista baja, como una cosa normal. No derramé ni una gota.

Cuando nuestra relación acabó y su pene soltó mis labios, todos estaban de pie. Yo, de rodillas, observaba a mi alrededor. Me arrastré. Llegue hasta las botas altas de taco de Belu, mi ama. Allí me largué llorar sobre el cuero. Belu se agachó y trató de ser tierna. Me acariciaba la cabeza y la espalda. Me decía:
-No es nada. Ya pasó. Calmate.
Y yo sentía me sentía desconsolado. Atado, con la cola para arriba y la tanga en el medio. A Yani le quitaron el cenicero de la boca. Habló y, en un cuchicheo, se ofreció a mi. Por un instante pensé en la promesa, que yo no había oído bien. Había pasado el tiempo. Pero le habían prometido algo para que ella aceptara ser cenicera. Por un instante recordé que me había observado todo el tiempo. Lograron tranquilizarme. Pero eso lo cuento después.
En ese momento solo pensaba que fumar puede ser muy placentero pero, como reza la caja que llevaba en la boca, puede hacer mal. Y si te toca no fumar, aun peor.

martes, 19 de julio de 2011

Dolores de hombre II. Rubíes oscuros

SE RECOMIENDA LEER "DOLORES DE HOMBRE".
http://blackrabbitdejerry.blogspot.com/2011/07/dolores-de-hombre.html


“Vos estás desnudo... excitado, de pie delante de nosotras. ¿No sentís, no sé, incomodidad, vergüenza o algo así?”, dijo una rubia de rostro insípido, voz aguda y nasal, sentada en la punta del sofá que estaba frente a mi.
Miré a mi novia en silencio. Ella desde abajo, sentada tranquila en el sillón me devolvió la mirada. Acarició con suavidad mi cola tersa y desnuda. En efecto estaba turbado.
Aclaremos. Las amigas eran tres. Pero una, había ido a la cocina a buscar hielo de la heladera, un repasador y una plato sopero. Yo estaba de pie frente a la rubia insípida y a otra morocha algo gruesa y de expresión tímida, mesita ratona de por medio, en el living del departamento de Belu, mi novia, con los pantalones y la ropa interior por las rodillas, mi pene alzado y dolorido, delante de las chicas invitadas.
La otra de las chicas volvió con los elementos. Era delgada, llevaba cabello lacio y largo. Su mirada parecía curiosa pero su tranquilidad me resultaba inquisidora. Ella misma envolvió el hielo con el repasador y le dio el paquete a Belu.
            -Jorge, te presentó a Julia –me dijo Belu y le pasó el plato sopero a la mujer que acababa de mencionar-.
Julia era una morena de rasgos algo aindiados, ojos negros como rubíes oscuros, boca algo finita y pintada de un rosa muy suave, cabello largo lacio y azabache. Me observaba con simpatía y desdén. Julia era de estatura media. Llevaba un jersey apenas escotado. Era algo gruesa, cola redondeada en un jean ajustado y botas altas de gamuza beige por arriba del pantalón, de taco alto pero cuadrado.
-Estoy dolorido, me molesta mucho el pene y la zona –dije a modo de respuesta tardía a la rubia-. Es como una tensión.
-¿Qué hiciste? –me interrogó la rubia-.
-Estuvo con otra mujer revolcándose por ahí –musitó Julia-.
Giré la cabeza con brusquedad hacia Belu.
-¡Eso no es así! –exclamé-. Sólo hablé por teléfono con otra mujer.
Se hizo un silencio.
-Qué bueno es escuchar la verdad –reflexionó Belu-. Vas a estar mejor.
Supe que ahora sí estaba vencido. Comenzaron las prácticas. Belú frotó el repasador frío sobre mis testículos y el pene. Eso me suavizaba. Sin embargo, Julia me causaba excitación extra. Miraba su rostro suave. Las otras chicas asomaban con curiosidad.
-Bueno, ya podría ser –dijo una-
Algo habría hablado por teléfono sobre mi. Belu asintió y le dio el plato sopero a Julia. La morocha de labios rosa se inclinó un poco y, con cuidado, lo puso justo debajo de la cabeza del pene. Frente a esas piernas gruesas flexionadas y a esas botas poderosas de taco ancho, sólo sentía el deseo de arrodillarme para estar a su disposición. “Si mi novia había llamado a esta morocha gruesa y sensible es porque me conocía bien”, pensaba.
 Tomé mi pene erecto con mis manos eché la piel de la cabeza hacia atrás y me masturbé sin poder despegar la mirada de Julia y bajo las caricias de Belu en mi cola. Eyaculé todo lo que pude sobre el plato. Las cuatro festejaron en susurros. Sentí vergüenza y un rechazo interior –sentimientos propios de la masturbación masculina-.
Pero me dejé llevar por el placer. Por fin, acabé seco de semen. Julia me acarició el rostro.
Bajé la cabeza e intenté vestirme. Deseaba salir de allí. Pero las chicas insistieron, de buena gana y con sonrisas, en que me quedara. Yo no quería. Hasta que Belu, calida como siempre dijo:
-La vas a pasar bien. Mejor quedate.
En lugar de ponerme la ropa, acabé de desvestirme. Ya totalmente desnudo, Belu me invitó a darme una ducha. No se podía negar que todos los dolores y culpas habían acabado. Antes de que desapareciera del living, mi novia prometió:
-Y quizás, cuando estés limpio y fresco, Julia permita que le muerdas la cola.
            Julia abrió la boca en una “o” inmensa. Los rubíes oscuros de sus ojos brillaban como nunca. Aun entraba luz por el ventanal del balcón.

martes, 12 de julio de 2011

Dolores de hombre

           
Me encanta hablar con por teléfono con vos. Esas charlas de anécdotas hot son mi perdición. No te das una idea de lo que fue la tarde. Después de que corté la conversación con vos, me quedó el pene duro como una morsa de hierro. No puedo ser menos grafico. Como no me masturbé ni eyaculé de ninguna manera, cuando la excitación bajó, sentía un terrible dolor en los testículos y en toda la zona, Cualquier cosa que rozara por allí era una aguda puntada para mi. Cosas que nos pasan a los hombres.
Por la tarde había quedado en encontrarme con Belén en un bar. Allí estuve en punto. Un lugar bonito y de colores. La luz del sábado complacía. Estuvimos hablando unas horas en una mesa, ella frente a mi. La tarde comenzó a caer. Ella con la punta fina de su bota comenzó a acariciarme el jean, en la pantorrilla. Poco a poco fue subiendo por mi pierna. Yo sonreía. Mi pene se alzaba de a poco. Me preocupé cuando llegó a la cara interna del muslo. Sin embargo, no pude evitarlo, abrí un poco más las piernas para facilitarle la tarea.
Comenzaron las molestias. Mi rostro debió ponerse mustio. Porque ella también mudó la expresión del suyo. Su pequeña boca parecía preocupada. Sus ojos oscuros delineados me escudriñaban bajo el flequillo. Por fin, la puntera de cuero de su bota llegó a mi entrepierna. Presionó las distintas partes. Me puse tenso. Apreté los dientes en una mueca amarga.
            -¿Qué te pasa? –se preocupó Belu-.
            Yo seguí con la misma expresión.  
-¿Te duele? –inquirió-.
Ella se preocupaba por mi. Era mi chica. Yo asentí con la cabeza. Me preguntó que me pasaba. De ninguna manera podía decirle a Belu que estuve charlando con otra mujer. Eso implicaría una vergüenza para mi. Pero que sospechara alguna enfermedad o algo más que una sencilla inflamación por una excitación mal resuelta, era un plan aun menos recomendable.
Baje la cabeza. Se hizo un silencio. Los pocillos de café en la mesa estaban vacíos.    
-Estuve mirando imágenes por internet –mentí avergonzado-. Muchas.
            -Bueno, no es para tanto -sonrió ella-.
            Esto no era tanto como tener relación con otras mujeres, seguramente quiso decir. Sin embargo, debió molestarle. Yo era su chico. Si lo que le había dicho era verdad, de alguna manera, ella perdía el monopolio de la fascinación erótica sobre mi.
            A propuesta de ella, pagué los cafés, tomamos un taxi y fuimos a su casa. En la ciudad, crecía el crepúsculo. La avenida comenzaba a llenarse de parejas y paseantes. Nosotros, en cambio, nos encerramos en un departamento.
Me invitó a sentarme en un sillón y relajarme. Todo estaba bien. Aun entraba luz por el ventanal del balcón.
De alguna manera, Belu consiguió castigarme y ser adorable conmigo. Se sentó junto a la mesita del teléfono y llamó a unas amigas. Puso un muslo sobre otro. Mientras telefoneaba, la punta de su bota se movía. Su pantalón gris se metía por adentro del cuero. En uno de los llamados, insistió en preguntar si vendría una mujer en particular. Julia.
Las chicas aparecieron al poco tiempo. Todos nos sentamos alrededor de la mesita ratona de su living. Yo volvía a estar relajado y conforme. Hasta que Belu, sentada de piernas cruzadas sobre el apoyabrazos de mi sillón, estiró su mano y volvió sobre mi entrepierna. Fue una caricia sobre el bulto del jean. Sin embargo, no pude evitar una mueca. Como si nada hubiera pasado, ella afirmó:
            -¿Qué te pasa? ¿Te duele? –ahora parecía tener un cierto tono teatral-.
            No dije nada. Sus amigas observaban.
-Como puede ser –se preocupó-. Levantate –ordenó-.
            Soy su novio. Obedecí. Me puse pie. Me indicó que me pusiera de pie a un costado. Ella se acomodó en el sillón en donde había estado yo. Sentada cómodamente, Belu quedó a la altura de mi bragueta. Con cuidado desabrochó el cinturón, bajó el cierre y dejó caer mis pantalones. Apareció mi bulto en el slip boxer negro de rayas verticales.
            -Pobrecito –dijo Belu y acarició-.
            El bulto se alzaba y yo no podía evitar sentirme incomodo. Por el dolor y por la vista de las demás. Que observaban con cierto grado de festividad.
Finalmente, Belu bajó mi slip hasta la mitad de los muslos. Apreció mi pene erguido y morado. Ella lo levantó y deslizó sus dedos delicados sobre mis testículos. Largue un breve alarido. Contuve una pequeña lágrima. Belu le habló lento a una de las chicas:
            -Andá a la cocina, trae hielo de la heladera, un repasador y una plato sopero.
Casi podía predecir lo que me esperaba. Aguardé nervioso. Con mi sexo totalmente expuesto, no sabía como mirar a las mujeres.

martes, 5 de julio de 2011

El uniforme y el soldado

             Es una lástima que no haya nadie. Después del placentero cosquilleo que sentí hoy, mañana fría de martes, mientras estaba en el baño, no encontré a nadie en el Black Rabbit. No estaría acá, escribiendo, si no fuera por eso. El asunto comenzó la noche del viernes. Quedé en encontrarme con Belén en su departamento. Llegué bastante tarde. Había cenado rápido. Aun llevaba puesto el traje del trabajo. A la entrada la abracé con fuerza. Me deleité con su cara fresca y feliz. Fuimos directo al dormitorio. Ella se dejó caer de cola sobre la cama doble. Yo me quité el saco, la corbata, a paso más lento me desaté los zapatos y me los saqué también. Ya recostado tironee de los pantalones hasta que los tuve afuera. Ella me tomó del rostro y me besó. Luego se apartó y se sacó la ropa. Había sido un día largo en la ofi.
Nunca olvidaré lo blanda que me resultó aquella cama amplia, de una hija bien posicionada. Tirado boca arriba, tantee mi estomago. Y, a pesar de que yo era “su chico”, no pude dejar de preguntarme cuantos otros había reposado sobre ese lecho mullido y apacible. Bajé con mi mano hasta el calzoncillo boxer gris deportivo y holgado. Traté de frotarme. Creo que no tuve éxito. Había sido un día largo en la ofi.
  Al cabo de un tiempo sentí que alguien me movía el hombro. Me despabilé como pude. Belu estaba a mi lado, aun llevaba la bombacha de algodón y el corpiño blanco.
-Te dormiste –dijo en tono mustio-.
-Perdón –atiné-. Fue un día duro en la ofi.
Ella apartó la vista. Tenía una expresión molesta. Su flequillo se había apartado de la cara. La luz tenue del velador de la mesita despejaba la frente libre de cabello. Traté de hacer reaccionar a mi cuerpo. Nuevamente traté de frotarme. No logré nada. El cansancio era más fuerte que yo. Quedé acurrucado sobre mi mismo en un nuevo acceso de sueño. Hata me acobijé entre la  frazada. No se cuanto tiempo pasó.
Una mano pequeña me sacudió por el brazo, la otra me arrancó la frazada. Abrí los ojos por completo. Belén estaba de pie, al costado de la cama. Abrí los ojos. Por completo. Ella llevaba botas altas y de puntera aguda, un ajustado mini short negro brilloso y corpiño de cuero. Había tenido tiempo de calzarse el uniforme. Daba unos breves pasos. Se la veía pequeña, delicada pero imponente. Sus piernas formadas y hasta el flequillo oscuro sobre la frente me impidieron pestañear. Quise incorporarme. Pero mi cuerpo no respondía. Ella me tendió una mano. Brillaba oscura. Llevaba sus guantes cortos de látex.
Tomé su mano y me puse de pie frente a ella. Ella sonrió un poco. Yo también. Sin embargo, estaba avergonzado. Aun con la camisa de oficina, las medias tres cuartos azules y el calzoncillo, nada en mi era sensual. Me dio media vuelta. Suavemente me abrazo por la espalda. Desde allí sus manos enguantadas acariciaron mi vientre. Una especie de aceite resbaladizo cubría el látex negro.
Con un movimiento de guantes, me bajó hasta la mitad de los muslos el calzoncillo boxer gris deportivo y holgado. Se colocó a mi costado con breves pasos de taco. Levantó mi camisa por adelante. Mi pene aun continuaba dormido. Y yo no podía hacer ya nada para remediarlo. Había sido un día duro en la ofi.
Levantó mi camisa por la espalda. Setí las yemas de látex en mi espalda. Los dedos índice y mayor bajando por la médula. Su mano sedosa sobre mi cola. Con un susurró de ella abrí un poco más las piernas. Sus dedos entre mis nalgas. Lentos, cambiaron de posición. Sentí una caricia intima. Tomé conciencia de un orificio que todos los hombres tenemos. La otra mano me inclinó la espalda hacia adelante. La punta de su yema estaba en la puerta. Ahogué una queja en la garganta y la penetración del dedo de látex negro. Sólo una falange. Fue suave. Un silencio nervioso se había apoderado de mi. De golpe, me puse tenso y mi cola quiso cerrarse. Pero ella ya asomaba adentro.
-Firme –susurró-. Me gusta.
Sin sacar su dedo índice de ese lugar, volvió a colocarme un poco más erguido. Me observó al rostro con una sonrisa. Yo respondí la mirada con cierto temor. Levantó mi camisa por adelante. Los dos miramos hacia abajo. Mi pene estaba erecto, como un soldado recién enrolado. Quise tocarme. Belu me detuvo con una mirada oscura.
-Ya lo intentaste –me indicó y volvió la vista a mi entrepierna-. Él tendrá su noche dura. Porque yo también tuve un día difícil. Supongo que lo podés entender.
Asentí con la cabeza. Comencé a comprender que él quizás ya no me pertenecía. Luego Belén me liberó la cola y me dejó caer sobre la cama doble nuevamente. Yo boca arriba, relajado sobre esa cama mullida y apacible. Él parado, al frente. Sólo para ella.
Aun había cuestiones que aclarar. Pero eso lo comprendí más tarde. A lo largo de la profunda noche que recién comenzaba. 

CONTINUARÁ EN...
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